Detrás de mi alguien decía, es que ya me siento en París, paseando por el Sena con una boina y una bufanda muy larga que me de dos vueltas al cuello, hay que irse, hay que moverse...Y no dude en moverme y me senté en la barra para contemplar más de cerca al chico del bar. Tenía una piel muy morena, lozana y una barba discreta. Me gustaba como se movía, con precisión poética y sabrosona, creando melodías con todo el cuerpo y en cada uno de sus pequeños gestos exhalaba un poderoso y viril parfum qu'a fini par m'enivrer sans pitié.

Nunca dejé que notara mi interés, no es mi estilo. Me ayudaba el hecho de que él no paraba en el bar, ni un respiro podía dar, ni un segundo tenía para mirar a los que estábamos sentados en los taburetes. Me sentía como un billete tirado en la calle sin que nadie lo viera, como un tesoro enterrado en el lugar más absurdo y accesible. Dejé a mis pupilas seguir disfrutando de la bohemia del lugar, mientras pensaba en como llamar su atención, como despertar en ese hombre a un metro de mí, algún tipo de interés, y más aún, como hacerle creer que puta no era. Esa noche quería besar, sin negociar.
Pero todos los cabareteros cachivaches que tenía encima, esas perlas made in china, ese maquillaje calienta camas, ese escote de negra tratada y las lentejuelas de mi sobre de coño nocturno pasajero, no me ayudaban. Me sentía poderosa y frágil al mismo tiempo. El efecto del alcohol comenzaba a desaparecer y con eso mi buen humor también. Y la atmósfera rancia que impregnaba todo el lugar me harto y quise escapar de ahí. Terminaba de acomodar mi abrigo sobrepuesto sobre mis hombros cuando el mocito del bar con voz nerviosa me dice, me gustaría que vinieras mañana. Subí mi mirada con sorpresa y le sonreí emocionada tratando de no delatar a mis arrugas dinosaurias.